MI PADRINO ROJIBLANCO
No todo el mundo tiene la suerte que yo tengo. Porque todo el mundo (o casi todo) tiene un padrino, pero el mío es rojiblanco. De los de verdad, de los que molan.
Tengo claro que tiene muchos ahijados, y cuando me apadrinó yo no era muy consciente de la que se me venía encima. Cuando le ofrecí por primera vez mi brazo para bajar las escaleras al auditorio del Metropolitano tuve muy claro que de él podría aprender muchas cosas. Ese día su peña recibía su merecido homenaje por años y años de fidelidad al Club y en el transcurso de esos escalones me contó sus inicios entre pasitos cortos. A él se le llevaron a las primeras filas, como corresponde a un socio cuyo número baja de los 300, y en ese momento me sentí ya un poco huérfana.